Comienza el Adviento, en el año jubilar bajo el lema “peregrinos de esperanza”. Un tiempo que nos invita a detenernos, mirar y abrir el corazón. En medio del ritmo acelerado de la vida, de las noticias que nos inquietan y de los desafíos personales y sociales que enfrentamos, el Adviento llega como una llama suave pero firme de esperanza.
No se trata solo de esperar la Navidad, sino de aprender a esperar con sentido, a creer que lo bueno aún puede nacer, que Dios sigue viniendo a nuestra historia, silenciosa pero poderosamente, como la luz que vence a la noche. Vivimos en un mundo que a menudo parece cansado, herido por la incertidumbre, el dolor, las guerras y la falta de sentido. En este año en el que estamos celebrando los 800 años de la composición del Cántico de las Criaturas, poema que es la desembocadura de una vida, la de Francisco, vivida con sentido y con intensidad, tenemos que acoger la invitación del pobre de Asís a hacer de nuestra existencia una historia de fiesta, con claroscuros sí, pero con capacidad para cantarla y desgastarla libremente para que las personas vivan alegremente. Como diría nuestro hermano Juan Antonio Adánez1, no perdamos el tiempo en hacer inventarios de lo negativo que nos rodea.
El Adviento nos compromete. No basta con encender una vela cada semana; debemos encender gestos, palabras y acciones que hagan presente nuestro peregrinar en esperanza:
– en nuestras familias y comunidades, cuando elegimos el perdón en lugar del rencor;
– en nuestro entorno, cuando optamos por el servicio en lugar de la indiferencia;
– en nuestro interior, cuando abrimos espacio a la oración y al silencio, dejando que Dios transforme nuestras sombras en luz.
Cada vela que encendemos es una promesa: la oscuridad no tiene la última palabra. Y cada paso que damos en este tiempo nos prepara para recibir a Aquel que viene a renovar todas las cosas. Encendamos, semana a semana, las velas del Adviento como quien renueva un compromiso: ser luz, aun en lo frágil; ser consuelo, aun en lo pequeño; ser esperanza, aun en la noche.
Vivamos, entonces, este Adviento con los ojos puestos en la promesa y las manos dispuestas para obrar el bien. Que la esperanza no sea un sentimiento pasajero, sino una decisión diaria, una manera de mirar el mundo y de construirlo con misericordia.
Que María, Mujer del Adviento y de la espera confiada, nos enseñe a acoger la venida del Señor con un corazón dócil y disponible.
Con esperanza y cercanía,
Alicia García Lázaro
Superiora general1 Provincial de España de los Franciscanos Conventuales
